martes, 18 de noviembre de 2008

CONVERSION DE ZAQUEO

Lucas 19, 1-10

entrado en Jericó, atravesaba la ciudad. Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico. Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa». Se apresuró a bajar y le recibió con alegría. Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
Reflexión

Zaqueo que era un hombre pecador se encuentra con Jesús. Pero este encuentro no sucede de manera fortuita, sino que nace de la curiosidad de este hombre, que seguramente admiraba a Jesús en secreto. Al pasar Jesús por Jericó había mucha gente reunida con la esperanza de ver cómo era ese profeta del que tanto se oía. Uno de ellos era Zaqueo, hombre de mala reputación, ya que se dedicaba a cobrar impuestos y además era muy rico. Su baja estatura le impedía ver a Jesús. Entonces corrió adelantándose para subirse a un árbol y desde ahí poder contemplar a Jesús en el momento en que pasara. Y al pasar Jesús miró hacia arriba y le dijo "Zaqueo, baja enseguida, pues hoy tengo que quedarme en tu casa". Él bajó rápidamente y lo recibió con alegría. Y todo el pueblo murmuraba: "Se ha ido a casa de un rico pecador". Zaqueo dijo resueltamente a Jesús: "Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres y a quien le haya exigido algo injustamente le devolveré cuatro veces más". Jesús le contestó: "Hoy ha entrado la salvación a esta casa, pues también este hombre es un hijo de Abraham. El Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que estaba perdido"

Cuán transformante habrá sido el encuentro de Zaqueo con Jesucristo para que este hombre decidiera corregir el rumbo de su vida. Probablemente desde el momento en que Zaqueo con tanto interés buscó a Jesús, sabía que su modo de actuar no era el correcto y sabía que conocer a ese profeta le cambiaría la vida, aunque esto tuviera muchas consecuencias. Zaqueo al subir al árbol, vence el respeto humano. Pone los medios necesarios para un encuentro cara a cara con el Señor. No imaginó que Jesucristo le pediría hospedarse en su casa. Y bajó del árbol rápidamente y lo recibió con alegría.


Qué actitud tan hermosa la de Zaqueo, que conociendo sus pecados, acepta al Señor y atiende rápidamente a su petición. Todos los cristianos podemos imitar esta actitud de prontitud ante los reclamos del señor y una prontitud alegre, porque no hay mayor motivo de felicidad y alegría que Jesús nos llame y lo hace todos los días. Zaqueo no podía seguir siendo el mismo después de conocer personalmente a Cristo. Decide restituir a toda persona que haya engañado. Y Cristo, que conoce el corazón de cada hombre, le da la buena noticia: "Hoy la salvación ha entrado a su casa".

AMIGOS DE LA FILOSOFIA

“Amigo, cuanto tienes, cuanto vales,
Principio de la actual filosofía.
Amigo…”


¿Qué clase de filosofía es esta que empareja valer y tener y que mide al hombre no por lo que es sino por lo que acumula? ¿Será verdad que, lejos de ser el hombre la medida de las cosas, son estas las que dan la medida del hombre? Tener o no valer, ¿es este el dilema?
Hay una vieja filosofía del dinero: “el que non ha dineros no es de si señor” (arcipreste de hita). Nadien podrá objetarla. Por que, en efecto, para hacer y valer hace falta tener posibilidades o medio. Tener es medio necesario para hacer y valer. Pero no es este el sentido de la “actual filosofía” que nuestro gran compositor Jorge Villamil caracteriza magistralmente: Vales tanto cuanto tienes, la riqueza es la única fuente de valor, socialmente vales en la proporción que consumes y la capacidad de consumo es el signo externo del rango social.


“Amigo, no arriesgues la partida,
Tomemos este trago, brindemos por la vida,
Brindemos por la vida que todo es oropel”.

No arriesgar la vida es tomar. Consumir, brindar, y brindarse la mejor vida posible. Conclusión: Todo lo demás es oropel. He aquí retratada en unos pocos versos la filosofía del consumismo y del fetichismo del dinero.


lunes, 17 de noviembre de 2008

URGIDO POR EL AMOR. AMOR DE CRISTO AMOR A CRISTO

Urgidos por el amor. Amor DE Cristo, amor A Cristo.

¿Nos ama Jesucristo?... -¡Vaya pregunta!, me dirán ustedes. El Corazón más grande que existe, ¿no nos va a amar?... Y ahora hago la otra pregunta. ¿Amamos nosotros a Jesucristo?... -¡Otra que tal!, me responden ustedes también. Si no amamos a Jesucristo, ¿a quién vamos a amar? Que somos unos malditos, ¿o qué?...

¡Bueno! Vamos a quedar todos en paz, pues ya se ve que las preguntas son didácticas, pedagógicas, sólo para enseñar y aprender. Ese amor de Jesucristo a nosotros, y el amor nuestro a Jesucristo, lo queremos mirar hoy a la luz de las Cartas de San Pablo, el gran conocedor y el gran amante de Jesucristo.

Me inspira el tema de hoy esa maldición tan llena de cariño y simpatía que lanza Pablo al acabar su carta primera a los de Corinto:

Que sea maldito quien no ame a nuestro Señor Jesucristo” (1Co 16,22)

Cuando pensamos sobre este amor, pasamos, sencillamente, un rato delicioso, y es lo que vamos a hacer hoy: entretenernos con dichos de Pablo que nos hagan disfrutar con el amor más bello que existe.

Pablo exclama enajenado en esta carta segunda a los Corintios:

“¡El amor de Cristo nos urge!”, nos apremia y no nos deja nunca quietos (2Co 5,14)

Siempre estamos pensando en lo que Jesús nos quiere, y siempre estamos cavilando a ver cómo amaremos más a Jesús y haremos algo por Él.

Pero, preguntamos: cuando habla Pablo de este amor de Cristo, ¿de qué amor habla, del de Cristo a nosotros o del nuestro a Cristo? Es el mismo amor. Jesús nos ama, derramando en nuestros corazones su Espíritu, y con su Espíritu amamos también nosotros a Jesús.

Con las Cartas de Pablo en la mano, vamos a la pregunta primera: ¿Nos ama Jesucristo? Y Pablo nos responde con expresiones que se nos clavan en la mente como cuñas. Les dice a los de Éfeso: “Cristo nos amó, y se entregó por nosotros en sacrificio” (Ef 5,2) Pero Pablo detalla mucho más. No se contenta con decir: “Por todos”, por la humanidad entera. Pablo se emociona, y particulariza: “¡Cristo me amó, y se entregó a la muerte por mí!”(Gal 2,20) “”Por mí”, nada de “por todos” en general. Por mí, como si en su mente divina y ante sus ojos no estuviera más que yo.

Y me amó a mí, y nos amó a todos, a pesar de lo que éramos: malos de verdad. Jesucristo no se tiró para atrás, y Pablo pondera la generosidad inmensa del Señor: -Cristo murió por nosotros, impíos. La verdad es que apenas se encontrará quien se atreva a morir por una persona buena. Pero lo grande es que Cristo murió por nosotros siendo peca-dores, ingratos, odiosos (Ro 5,7)

¿Nos ama Jesucristo?... Si Jesucristo no nos amara, diríamos que habría dejado de amarse a Sí mismo. Le preguntamos a Pablo el porqué, y nos responde con palabras profundas. -Porque Cristo vive de tal manera en nosotros y nosotros en Él, que Él y nosotros somos un mismo y un solo Cristo, como dice a los de Roma: “Somos muchos, pero entre todos no formamos sino un solo cuerpo en Cristo” (Ro 12,5) Jesús es la Cabeza, nosotros los miembros, pero Jesús y nosotros no formamos sino un solo cuerpo, el Cuerpo Místico de Cristo. Y quien es la Cabeza, ¿puede descuidar uno solo de los miembros del cuerpo, sin que lo quiera, lo cuide, lo mime, lo defienda, los cure, lo honre?... Es imposible que Jesucristo olvide y deje de amar uno solo de sus miembros. Sería como decir que Jesucristo no se cuida de Sí mismo. No hay cristiano que no esté adentrado en lo más íntimo del Corazón de Jesucristo.

¿Nos ama, entonces, Jesucristo? La pregunta sobra por completo. Jesucristo es el mayor amador que existe.

Viene la otra pregunta: ¿amamos nosotros a Jesucristo? ¿lo amamos al estilo de Pablo?... Hablemos primero de Pablo. Y empiezo contándoles una curiosidad, un capricho que he tenido para esta charla. No soy el primero que ha tenido ese capricho, pero hoy lo he realizado por cuenta mía: he con-tado las veces que Pablo, en sus trece cartas, saca el nombre de Jesús en sus diversas formas: Jesús, Cristo Jesús, Jesucristo, el Señor, y demás…

He tomado para ello la nueva Biblia Vulgata, en latín, la oficial de la Iglesia. Pues bien, si no me he equivocado, saca Pablo el nombre de Jesús en las trece Cartas 576 veces, y suben a 603 si añadimos la de los Hebreos, que es de algún discípulo de Pablo, aunque en ella lo cita sólo 27 veces, muchas menos de lo que es habitual en Pablo, lo cual quiere decir que no fue Pablo el autor de esa carta.

Entre tantas maneras como Pablo cita a Jesús, la forma más usada es “Cristo”, con 219 veces, seguida de “El Señor” con 149. Y siguen “Cristo Jesús”, “El Señor Jesucristo”, “Jesucristo”, “El Señor Jesús”, y otras como “El Hijo”, y una tan bonita como ésta: “El Amado”…

¿Sabemos lo que indica el que Pablo ponga el mismo Nombre del Señor 576 veces en sólo trece cartas?... Un hecho semejante quiere decir que Pablo era un enamorado tal de Jesús que no tenía otra idea en su cabeza ni otro amor en su corazón sino sólo JESUS; y que al hablar y al es-cribir era un torrente que soltaba impetuoso el nombre del Señor Jesús. Jesús le llenaba a Pablo la vida entera.

Vienen entonces esas expresiones de Pablo que hemos traído tantas veces ya en nuestras charlas, y que las volveremos a repetir otras tantas veces más. “Mi vivir es Cristo” (Flp 1,21) “Vivo yo, pero es que no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20) “Todo lo tengo por mera basura, a trueque de ganar a Cristo” (Flp 3,8) Y nos dice a todos, como a Timoteo: “¡Acuérdate siempre de Jesucristo!” (1Tm 2,8) Nada digamos, finalmente, de su arrebatada protesta: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?... ¡Nada ni nadie podrá arrancarnos del amor de Dios que está en Cristo Jesús” (Ro 8,39)

El amor de Jesucristo impregna la vida cristiana entera. El que más ama a Jesucristo es el más santo y el que más trabaja por el Señor y por el Reino. Basta mirar a Pablo para convencerse de ello. Jesús dijo que “todo lo iba a atraer hacia Sí”. ¡Y a fe que lo ha conseguido bien! Nadie ha amado como Jesucristo, pero tampoco nadie ha sido ni será amado jamás como Jesucristo el Señor…

EL CIEGO DE JERICO

El ciego de Jericó

Lucas 18, 35-43

En aquel tiempo, cuando se acercaba Jesús a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino pidiendo limosna; al oír que pasaba gente, preguntó qué era aquello.Le informaron que pasaba Jesús el Nazareno y empezó a gritar, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí! Los que iban delante le increpaban para que se callara, pero él gritaba mucho más: ¡Hijo de David, ten compasión de mí! Jesús se detuvo, y mandó que se lo trajeran y, cuando se hubo acercado, le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? Él dijo: ¡Señor, que vea! Jesús le dijo: Ve. Tu fe te ha salvado. Y al instante recobró la vista, y le seguía glorificando a Dios. Y todo el pueblo, al verlo, alabó a Dios.

Reflexión

Era ciego pero tenía las ideas muy claras. Había oído hablar de Jesús de Nazaret, el descendiente del rey David, que hacía milagros en toda Galilea. Y él quería ver. Por eso, cuando le informaron que Jesús iba a pasar por allí, el corazón le dio un vuelco y comenzó a gritar con todas sus fuerzas. ¡Era la oportunidad de su vida! Cuando consiguió estar frente a frente con el Mesías no fue con rodeos; le pidió lo que necesitaba: “¡Señor, que vea!”.

Muchos entendidos dicen que este es el modelo perfecto de oración. Primero, buscó el encuentro con Jesús; luego, presentó la petición con toda claridad. Y como tenía mucha fe...

Para rezar bien, es necesario acercarse a Dios, ponerse ante su presencia. Para eso puede ayudar ir a una iglesia y arrodillarse ante el sagrario. ¡Allí está Jesús! Luego, con humildad, suplicando su misericordia como hizo el ciego, le hablamos y le decimos exactamente lo que nos pasa. Sin discursos, sin palabrería. Hay que ir al grano: “Mira, Señor, lo que me pasa es esto...”.

Dios ya lo sabe, pero quiere que se lo digamos. Nos pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”. Entonces, nos escucha y nos lo concede, según nuestra fe.

Pero no acaba aquí el relato. Luego fue a comunicar esa experiencia a todo el pueblo. Había nacido un apóstol. Y consiguió que aquella gente, al verlo, alabara a Dios.

domingo, 16 de noviembre de 2008

NO TENER CONFIANZA ES NO TENER PAZ

No tener confianza es no tener paz

No tener confianza, desconfiar, es perder la calma, es no tener paz. Hoy en día los hombres y las mujeres desconfiamos de todo y por lo tanto no tenemos paz. Vivimos recelando, pensando en que todos nos pueden engañar. Tal vez sea porque tampoco nosotros somos auténticos, tal vez sea por eso. Lo cierto es que vivimos en un mundo de engaño.

Engaño en los negocios, engaño en los artículos que consumimos, comida, cremas, accesorios, contratos, etcétera; engaño en el amor y en la amistad. Y cuando somos sinceros, honestos, ¡cuánto nos duele que alguien nos traicione! Creer en nuestros semejantes, en nuestros seres queridos, es necesidad vital para poder vivir.

Creer plenamente, sin sombra de duda en el ser amado es condición necesaria para sublimarnos en toda nuestra integridad moral como el que alguien nos diga: - ¡Creo en ti!. Pero los seres humanos nos fallamos unos a otros y es ahí cuando aparece el dolor, los celos, la desconfianza. Tal vez hoy tengamos eso, dolor, decepción, estamos heridos, nos han engañado... Tal vez aquel puesto de trabajo que nos prometieron fue un engaño, tal vez aquel juramento de amor no fue sincero, tal vez aquella amistad nos clavó un puñal por la espalda... Traición, mentira, desilusión, elementos y sensaciones que nos hacen estar tristes, muy tristes.

No queremos hablar con nadie, no queremos contarle a nadie nuestra pena, ¡nos han engañado! y hemos perdido la confianza. Por ese dolor, de la índole que sea, no nos dejemos aniquilar. Dios es nuestro Padre y nos está cuidando, un Padre todo amor y en El si podemos confiar. Fijémonos en los niños cuando juegan en el Parque. Andan corriendo un poco lejos de su madre, pero si tropiezan y caen, o algo los asusta, corren a refugiarse en los brazos de ella que los acoge solícita y el niño con un suspiro de llanto apoya su cabecita en el regazo materno porque allí se siente seguro y CONFIADO.

Eso es lo que necesitamos cuando las cosas nos hacen sufrir, tener confianza en nuestro PADRE Dios pero también en los hombres. El niño no solo cuando cae o tiene miedo, sino cuando encuentra una florerilla corre gozoso a mostrársela al ser querido. Así nosotros en nuestras penas, pero también en nuestros acontecimientos gratos, en nuestros triunfos y alegrías vayamos a Él para mostrarle y agradecerle todo aquello que nos llena de dicha. La falsedad, aunque en estos tiempos parece acosarnos para donde miremos, no es un mal de hoy.

Ya lo podemos ver en el texto de (Jeremías, IX, 3 y 55) "Nada de fidelidad, solo el fraude predomina en la tierra. Amontonan iniquidad sobre iniquidad... recelan uno del otro, nadie confía en nadie todos engañan, todos difaman... no hay en ellos palabras de verdad. Tan avezadas están sus lenguas a la mentira, que ya no pueden sino mentir". Nos engañamos, nos mentimos unos a otros porque no somos auténticos. Hemos de vivir nuestra existencia con autenticidad para poder confiar y dar confianza a nuestros semejantes. Estamos llamados a hacer un mundo nuevo. Un mundo mejor. Un mundo verdad.

Y LA VERDAD NOS HARÁ LIBRES. Para eso tenemos que vivir nuestra propia vida con auténtica verdad. Una auténtica renovación en nuestras vidas, empezando por confiar en la Humanidad.

PARABOLA DE LOS TALENTOS

Parábola de los talentos

Mateo 25, 14-30

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: Un hombre que se iba al extranjero llamó a sus siervos y les encomendó su hacienda: a uno dio cinco talentos, a otro dos y a otro uno, a cada cual según su capacidad; y se ausentó. enseguida, el que había recibido cinco talentos se puso a negociar con ellos y ganó otros cinco. Igualmente el que había recibido dos ganó otros dos. En cambio el que había recibido uno se fue, cavó un hoyo en tierra y escondió el dinero de su señor. Al cabo de mucho tiempo, vuelve el señor de aquellos siervos y ajusta cuentas con ellos. Llegándose el que había recibido cinco talentos, presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes otros cinco que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el de los dos talentos dijo: Señor, dos talentos me entregaste; aquí tienes otros dos que he ganado. Su señor le dijo: ¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor. Llegándose también el que había recibido un talento dijo: Señor, sé que eres un hombre duro, que cosechas donde no sembraste y recoges donde no esparciste. Por eso me dio miedo, y fui y escondí en tierra tu talento. Mira, aquí tienes lo que es tuyo. Mas su señor le respondió: Siervo malo y perezoso, sabías que yo cosecho donde no sembré y recojo donde no esparcí; debías, pues, haber entregado mi dinero a los banqueros, y así, al volver yo, habría cobrado lo mío con los intereses. Quitadle, por tanto, su talento y dádselo al que tiene los diez talentos. Porque a todo el que tiene, se le dará y le sobrará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará. Y a ese siervo inútil, echadle a las tinieblas de fuera. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.

Reflexión

Los talentos no sólo representan las pertenencias materiales. Los talentos son también las cualidades que Dios nos ha dado a cada uno. Vamos a reflexionar sobre las dos enseñanzas del evangelio de hoy. La primera alude al que recibió cinco monedas y a su compañero, que negoció con dos. Cada uno debe producir al máximo según lo que ha recibido de su señor. Por eso, en la parábola se felicita al que ha ganado dos talentos, porque ha obtenido unos frutos en proporción a lo que tenía. Su señor no le exige como al primero, ya que esperaba de él otro rendimiento. Igualmente se aplica a nosotros, según las posibilidades reales de cada individuo. Hay personas que tienen gran influencia sobre los demás, otras son muy serviciales, otras, en cambio, son capaces de entregarse con heroísmo al cuidado de personas enfermas, los hay con una profesión, con un trabajo, con unos estudios, con una responsabilidad concreta en la sociedad... Pero puede darse el caso del tercer siervo del evangelio: no produjo nada con su talento. A Cristo le duele enormemente esa actitud. Se encuentra ante alguien llamado a hacer un bien, aunque fuera pequeño, y resulta que no ha hecho nada. Eso es un pecado de omisión, que tanto daña al corazón de Cristo, porque es una manifestación de pereza, dejadez, falta de interés y desprecio a quien le ha regalado el talento. Analiza tu jornada. ¿Qué has hecho hoy? ¿Qué cualidades han dado su fruto? ¿Cuántas veces has dejado sin hacer lo que debías? El que ama de verdad no deja escapar ninguna ocasión para aprovechar sus dones y hacerlos fructificar en bien de los demás.

sábado, 15 de noviembre de 2008

Cómo decir a mamá que estoy embarazada?

Cómo decir a mamá que estoy embarazada?

El tema de las jóvenes embarazadas antes del matrimonio sigue en pie a pesar de todos los intentos de la ciencia y de la técnica para tener lo que llaman por ahí, “sexo seguro”.

La intención de este breve escrito es ayudarte a tomar una decisión, la mejor decisión para ti y para la vida que llevas dentro.

El siguiente testimonio es verídico y la persona implicada aceptó que se publicara para ayudarte:

“Mi mamá me conoce más de lo que pude imaginar... Un domingo por la tarde después de regresar de Cuernavaca de unas vacaciones con mis amigas, estaba yo en el cuarto de mis papás viendo la tele cuando mi mamá entró y me pidió que la acompañara a casa de mi tía Eberth a dejarle unas agujas porque quería tejerle algo a alguien.

La verdad, no quería porque estaba cansada y le temía a los momentos de estar a solas porque sabía que le tenía que decir que estaba embarazada. Mi novio y yo platicamos con la mamá de un amigo que es doctora, y nos explicó los pros y los contras de un aborto, además, visitamos a un doctor que los practicaba, después de esto, decidimos Gracias a Dios, tener a nuestra adorada hija; pero enfrentarnos a nuestros padres no era fácil. Retomo el relato de la ida a casa de mi tía, me sentaron en el banquito de los acusados (así le decimos a un banquito que tiene en su cuarto) y directamente mi ma me peguntó si estaba embarazada.... ¡Fué un momento muy difícil! y ahora que soy mamá, lo comprendo mejor.

Yo, sin titubear le respondí que si. Mi tía se aceleró y me dijo que lo mejor sería mandarme con mi otra tía, Martha, a Estados Unidos y que buscara a alguien para que me practicara un aborto. Yo muy segura del apoyo de mi novio, respondí que no, que ya habíamos decidido tenerlo. Mi ma estaba como choqueada y al ver que mi tía y yo empezábamos a discutir, se levantó y dijo: es su decisión y ahora hay que pensar cómo decírselo a su papá. En ese momento entré en pánico. Mi pa me adora y siempre he sentido que nuestra relación es ¡increible!!, pero tiene un carácter muy fuerte.

El tiempo iba pasando y no sabía en qué momento enfrentar a mi Pa. Se enteraron poco a poco mis hermanos, tuvieron distintas reacciones y el mayor decidió que era él, el que tenía que decírselo a mi Pa, para relajar un poco mi tensión. Un miércoles al llegar mi Pa de jugar frontón con sus amigos, mi hermano le pidió que lo acompañara a su cuarto y le dijo todo, yo solo ví cómo se agarro la cabeza y se sentó en la cama, cuando subió a su cuarto le pidió a mi ma que me dijera que ya me durmiera y que otro día platicaría conmigo. Por supuesto no dormí. Después de que pasaron varios días y constatar que mi pa actuaba como si nada y no me decía nada, no sabía si sentir miedo o tranquilidad.

Fue hasta el domingo, 7 días después, que después de comer, mi papá nos pidió a mis hermanas y a mí que subiéramos a su cuarto junto con mi ma, y ahí sí me apanique... Ya en el cuarto sentadas mis hermanas y yo en la cama, entró mi Pa y se sentó en la mesedora de mi ma y me dijo: Tienes 2 opciones para esto que está pasando, primera, te vas mañana a Estados Unidos con tu ma y buscamos quién te practique un aborto lo más seguro que se pueda, o, segunda, me conviertes en el abuelo más feliz del mundo! Por supuesto que me paré lo abrace y le dije que quería tener a mi bebé y que mi novio estaba al 100 conmigo, se levantó de la mecedora sacó dinero y nos mandó por un helado de Mc.Donalds para que su nieta no saliera con cara de helado.

Por supuesto que años después, mi ma me platicó que mi pa lloró como niño chiquito en cuanto salimos de la casa. Hoy después de 19 años no tengo más que darle gracias a Dios por tener una familia tan maravillosa y que me ha apoyado siempre. Mi hija se convirtió en el ángel de la casa, mis pas la adoran y mis hermanos igual. Mis pas reconocen lo que ahora mi marido y yo hemos pasado y admiran y adoran a mi esposo.No puedo dejar de mencionar que la tia siempre ha visto por nosotros y quiere muchísimo a mi hija mayor.

Un hijo es el mayor regalo que Dios nos puede dar, de mi experiencia aprendí que si un amigo es un tesoro, la familia lo es todo. Amo a mi esposo, adoro a mis 3 hijos y le pido a Nuestro Señor que siempre bendiga a todas las personas q directa o indirectamente han estado siempre con nosotros. Nada me gustaría más que poder transmitir esto a tantas chavitas q no saben qué hacer.

Sé que tuve la gran fortuna de encontrarme a un hombre maravilloso que me adora y que sus hijos son su vida, y sé que Dios Nuestro Señor siempre me lleva de la mano, al igual que la Virgen María que como madre siempre me da consuelo y un gran ejemplo.

No es fácil el camino, pero vale la pena recorrerlo.”

EL CAMINO MAS CORTO

El camino mas corto

Así lo dijo San Luis Grignon de Monfort, que el camino más corto para llegar a Jesús es a través de la Virgen. Yo quiero darles mi propio testimonio al respecto, porque lo he vivido en forma literal, en carne propia.

Si bien había tenido una educación en la fe en mi infancia, salí de la adolescencia habiendo olvidado totalmente mi religiosidad, mi espiritualidad. La enterré bajo toneladas de vanidades mundanas, anhelos de cosas vacías, una vida sin sentido espiritual.
En este olvido de Dios transité más de dos décadas de mi vida, hasta que llegada la barrera de los cuarenta años me encontré enfrentado a una secuencia de calamidades personales, siendo la más conmocionarte una enfermedad que puso a riesgo o bien mi vida misma, o bien mi capacidad de una sobrevida normal.

Esta sacudida de mis cimientos me hizo circular un año en búsqueda de una nueva forma de vivir, de corregir lo que estaba mal en mi vida, sin advertir que era Dios quien me estaba llamando con Su sutil Palabra, a través del dolor.

Primero fue la Virgen la que hizo un ingreso fulgurante en mi realidad, sin saber siquiera yo quien era Ella. Pero en poco tiempo me enamoré perdidamente. ¿Quién es esta mujer, esta Niña-Madre que me llama de este modo? No podía comprender como en tan poco tiempo se había instalado en mí ese deseo de conocerla, de saber más sobre Ella. No había día en que no se presentara ante mi alguna referencia a su existencia. Joven, buena y llena de sabiduría, me llamaba.

De inmediato quise conocerla, empecé a buscar y leer escritos sobre Ella, a aprender de sus manifestaciones a través de los siglos, a su silenciosa pero fundamental presencia en los Evangelios. Alguien me dijo, tienes que rezar y meditar. ¡Pero si yo no sé hacerlo! De un día para el otro me encontré rezando el Santo Rosario a diario, mientras lloraba inexplicablemente cada vez que lo hacía. Era como liberar años de olvido, de desconocimiento, mientras una emoción interior incontenible me decía que si, que era eso lo que Ella quería.

En estos momentos me sentía absorbido por el amor que nacía en mí, pero algo me decía que había alguien más. Era Jesús, un Jesús totalmente desconocido para mí. ¿Quien es aquel que quiere robarme este amor por mi Madrecita del Cielo? Un Jesús distante, lejano, se dibujaba en el horizonte. Yo seguía mirando a María, pero Ella seguía hablando en cada texto, en cada oración, de Jesús.

Entonces, como empujado por la mano de la Niña de Galilea, empecé a querer saber de El. Poco a poco fui viendo el Rostro del Señor en cada rezo, en cada palabra que la Virgen ponía en mi camino. Jesús fue creciendo, acercándose, hasta que un día me encontré frente a El, a Su Estatura Divina.

María, entonces, se hizo a un lado y me dejó a solas con el Señor. Cada oración, cada lectura hizo centro en las Palabras de Jesús, mi Jesús. De a poco se presentó a mi alma como un Hermano, luego como un Amigo, para finalmente hacerme comprender que es infinita Su Divinidad. El abrazo de Jesús se hizo oración, se hizo meditación, pensamiento, deseo de conocerlo más y más. Nada quedaba de ese amor inicial por María, había sido superado por el amor a Jesús, un amor grande, redondo, completo, insuperable. María parecía estar a cierta distancia, sonriendo feliz de haberme llevado a El. Aprendí a orar dialogando con el Señor, compartiendo con El mis miedos y angustias, mis alegrías y sueños.

Pronto pude dimensionar mi amor por Jesús, y mi amor por María, unidos indisolublemente. Ella no puede ser pensada si no es junto a El. Mi amor inicial por la Virgen encontró su sentido, un sentido Cristocéntrico, perfecto. Pero estos giros de mi alma alrededor de Jesús y María me empezaron a mostrar que había algo más, algo que ellos compartían, como un tesoro que Ambos abrazaban y protegían. Curioso por saber de que se trataba, me encontré con la Eucaristía, y con la Iglesia toda. Llegué a la comprensión de lo que es la Iglesia por un camino espiritual, desde las suaves y firmes Palabras de Jesús y María. Las Escrituras adquirieron sentido, cerrando este círculo perfecto. La Iglesia se me presentó como el más maravilloso puente entre el Cielo y la tierra, entre espíritu y humanidad.

Mi amor por la Iglesia, de este modo, nació del amor inicial por María, que me llevó a Jesús, Quien me llevó a los Sacramentos, fundamento de la Iglesia toda. Círculos de amor, concéntricos, que se fueron acercando a un maravilloso conocimiento del tesoro que albergamos, la Santa Iglesia. Iglesia que es espiritual, pero construida en la tierra. Iglesia que es hombres, pero alimentada por el Espíritu Santo en sus venas vigorosas. Las caras humanas de la Iglesia, que somos nosotros mismos, me parecieron entonces nada, comparadas con la realidad espiritual que la sostiene. Con sólo pensar en Quien habita en el Sagrario, mi concepción de la Iglesia se torna luminosa, eterna, indestructible por más que el hombre se empecine, equivocado, en dañarla.

Hoy, varios años por delante de aquellos momentos en que María golpeó a mi puerta, puedo ver a las claras el Plan de Dios en mi vida. María fue el puente, porque Ella se podía presentar a mí de modo cercano, para enamorarme. Pero la Reina de los corazones, la Estrella de la mañana, no se iba a detener allí. Rápida y fulgurante fue su mirada al señalarme a Dios como mi destino, Dios que es el Padre Bueno que la Creó, Dios que es el Espíritu que la alimenta, y Dios que es Su Hijo, nuestro Hermano y Salvador.

La misión de María se fue desenrollando ante mi como un tapiz que rueda frente a mi vista, mostrándome ante cada giro un poco más del diseño que esconde. Sólo cuando el tapiz estuvo totalmente extendido frente a mí fue que pude ver lo que Ella vino a traerme: La Jerusalén Celestial, que alberga a Dios Uno y Trino, junto a Santos y Ángeles, Jerusalén que es la Iglesia luminosa que nos llama, promesa de Reino.

La Eucaristía, con el Rostro de Cristo en su centro, domina a esta Ciudad Maravillosa a la que somos llamados. Allí hay una habitación preparada para cada uno de nosotros, un espacio para vivir una eternidad de felicidad y adoración. María, de este modo, se nos presenta como el camino más corto y simple para encontrar esa habitación, pese a las innumerables dificultades que nos esperan en esta vida.

¡Gloria a Dios por haber concebido un Plan tan maravilloso

parabola del jues corrupto

Parábola del juez corrupto

Lucas 18, 1-8

En aquel tiempo, Jesús, para explicar a sus discípulos que era preciso orar siempre sin desfallecer, les propuso esta parábola: Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!" Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme." Dijo, pues, el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto; y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar? Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?


Reflexión

Un mosquito en la noche es capaz de dejarnos sin dormir. Y eso que no hay comparación entre un hombre y un mosquito. Pero en esa batalla, el insecto tiene todas las de ganar. ¿Por qué? Porque, aunque es pequeño, revolotea una y otra vez sobre nuestra cabeza con su agudo y molesto silbido. Si únicamente lo hiciera un momento no le daríamos importancia. Pero lo fastidioso es escucharle así durante horas. Entonces, encendemos la luz, nos levantamos y no descansamos hasta haber resuelto el problema.

Este ejemplo, y el del juez injusto, nos ilustran perfectamente cómo debe ser nuestra oración: insistente, perseverante, continua, hasta que Dios “se moleste” y nos atienda.

Es fácil rezar un día, hacer una petición cuando estamos fervorosos, pero mantener ese contacto espiritual diario cuesta más. Nos cansamos, nos desanimamos, pensamos que lo que hacemos es inútil porque parece que Dios no nos está escuchando. Sin embargo lo hace. Y presta mucha atención, y nos toma en serio porque somos sus hijos. Pero quiere que le insistamos, que vayamos todos los días a llamar a su puerta. Sólo si no nos rendimos nos atenderá y nos concederá lo que le estamos pidiendo desde el fondo de nuestro corazón.

viernes, 14 de noviembre de 2008

EL MUNDO GIRA, Y LA CRUZ PERMANECE EN PIE


El mundo gira, la cruz permanece en pie

Los cartujos adoptaron en sus monasterios un lema que conserva toda su fuerza: “Stat crux dum volvitur orbis”: la cruz permanece en pie, mientras el mundo gira.

Las crisis económicas, las catástrofes por terremotos o huracanes, las desgracias que surgen con las guerras y la delincuencia, recuerdan a cada generación una verdad que olvidamos en los tiempos de bonanza: nada en el mundo permanece, todo lo material y humano está sometido a la ley del cambio.

La cruz de Cristo, sin embargo, conserva la vitalidad y la fuerza de su mensaje para cada generación, para cada pueblo, para cada persona, para cada circunstancia de la vida.

Porque en medio de las guerras y los crímenes la cruz consuela a las víctimas e invita a los verdugos al arrepentimiento.

Porque en los periodos de sequía y de hambre la cruz mueve los corazones para que sepan compartir sus alimentos (pocos o muchos) con quienes viven en medio de la miseria.

Porque en los momentos de bendiciones y de paz la cruz invita a no apegarnos a lo pasajero y a usar del dinero y de los bienes materiales para compartirlos con los más necesitados.

Porque en los tiempos de crisis y de bancarrota la cruz permite mirar hacia el cielo y reconocer que en el dinero no lo es todo.

Porque en la hora de la enfermedad y de la muerte la cruz consuela y acompaña al enfermo y a sus familiares y permite emprender la última travesía agarrados a un madero de esperanza, según una famosa expresión de san Agustín.

Porque, en definitiva, lo único importante en la vida humana, con sus penas y sus alegrías, sus fiestas y sus funerales, consiste en dejarse abrazar por Jesús el Nazareno, en acoger su Sangre bendita, en suplicarle el perdón de nuestras culpas, y en ofrecerle un gesto de caridad en quienes lo necesitan: los enfermos, los pobres, los ancianos, los desilusionados por los mil avatares de la vida.

El mundo gira y cambia, la cruz sigue en pie. Vale la pena recordarlo, mientras miramos a un crucifijo y le pedimos al Señor que sea nuestro Camino, nuestra Verdad, nuestra Vida, en el tiempo y en lo eterno.

VENIDA DEL REINO DE DIOS

Venida del Reino de Dios

Lucas 17, 26-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Como sucedió en los días de Noé, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo, como sucedió en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, construían; pero el día que salió Lot de Sodoma, Dios hizo llover fuego y azufre del cielo y los hizo perecer a todos. Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste. Aquel Día, el que esté en el terrado y tenga sus enseres en casa, no baje a recogerlos; y de igual modo, el que esté en el campo, no se vuelva atrás. Acordaos de la mujer de Lot. Quien intente guardar su vida, la perderá; y quien la pierda, la conservará. Yo os lo digo: aquella noche estarán dos en un mismo lecho: uno será tomado y el otro dejado; habrá dos mujeres moliendo juntas: una será tomada y la otra dejada. Y le dijeron: ¿Dónde, Señor? Él les respondió: Donde esté el cuerpo, allí también se reunirán los buitres.

Reflexión

Cuando alguien empieza una discusión con su marido (o esposa), o con un amigo, se cumple eso de que “el que pierde, gana”. ¿Qué significan estas palabras? Que el que está dispuesto a ceder es quien obtiene el triunfo. Triunfa sobre el egoísmo, vence en la caridad y gana la estima de Dios y de la persona con la que estaba discutiendo.

Porque hay muchas victorias en el ámbito humano que son momentáneas, superficiales. Contentan un rato, pero luego dejan insatisfacción. Hay que ir más a fondo, evaluar si es preciso “ganar” siempre, tener la razón en todo, imponer los propios gustos a los demás. Con un poco de atención, veremos que la felicidad auténtica no viene por ahí. Aunque parezca extraño, nos sentimos más felices después de hacer un sacrificio, de haber dado una alegría a otro, etc. ¿Por qué? Porque eso viene de Dios, y sólo Él es quien puede hacernos auténticamente felices.

El que está dispuesto a “perder la vida” ha entrado en el camino que Cristo siguió para la redención de los hombres. Es el camino de negarse a uno mismo, el camino de la cruz. Sólo a la luz de Cristo crucificado se puede vivir con autenticidad el cristianismo. Jesús lo perdió todo: sus discípulos le abandonaron, los soldados le arrancaron sus ropas, la muchedumbre se burló de Él... Sin embargo, gracias a la donación por amor al Padre, nos salvó de la condenación que merecían nuestros pecados y triunfó sobre el poder de la muerte, resucitando.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Eucaristia y Matrimonio


Eucaristía y matrimonio

Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un poco la maravilla del matrimonio. Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre el anhelo de la unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza, consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos.

El matrimonio no es una institución puramente humana. Responde, sí, al orden natural querido por Dios. Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión noble de procrear y continuar la especie humana.

El matrimonio, de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para cumplir sus deberes de esposos y padres de familia. Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el “casarse por Iglesia” hace que esa comunidad de vida y de amor sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.

Por su misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales: la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta que la muerte los separe”. No olvidemos que los ministros del Sacramento son los mismos contrayentes.

El sacerdote sólo recibe y bendice el consentimiento. ¿Qué relación tiene el Sacramento de la eucaristía con el del Matrimonio? La eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es el sacrificio del cuerpo entregado, de la sangre derramada. Todo Él se da: Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión, el cuerpo que hay que comer y la sangre que hay que beber.

Y comiendo y bebiendo esta comida celestial, tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en los Sagrarios para ser consuelo y aliento. El matrimonio también es sacrificio, comunión y presencia. Es el sacrificio en que ambos se dan completamente, en cuerpo, sangre, alma y afectos. Y si no hay sacrificio y donación completa, no hay matrimonio sino egoísmo.

El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión, son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla. El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es presencia continua del amor de Dios con su pueblo. El amor es esencialmente darnos a los demás.

Lejos de ser una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es necesario desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final.

Este despojarse de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto de la felicidad.

EL REINO DE DIOS ENTRE NOSOTROS

Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. Dijo a sus discípulos: Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Reflexión

El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra. Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

VENCE EL MAL CON EL BIEN



Los vecinos de aquella colonia de clase media eran sumamente herméticos y celosos de su privacidad. Se saludaban por cortesía cuando coincidían en el momento de guardar sus autos y nada más. Fue un triunfo reunirlos para escoger a una representante de la manzana que los ayudara a obtener de las autoridades la mejoría de los deficientes servicios. La flamante representante se presentó en la casa de una vecina con algún pretexto. La vecina la recibió con educación y la pasó a su sala en donde lucía un bello nacimiento lleno de figuras antiguas y armoniosamente
escogidas. Sonó el teléfono y la vecina visitada acudió a otra habitación a contestar la llamada y después regresó a seguir atendiendo a su visita. Cuando la representante de manzana se fue, mientras la vecina visitada arreglaba la sala, inmediatamente notó que faltaban unas figuras de porcelana y los animalitos más bellos del nacimiento. La seguridad de que la ladrona era la representante de manzana se hizo absoluta porque nadie más había entrado a esa casa. La vecina fue a reclamar sus figuras y la ladrona fingió inocencia entre lágrimas e indignación. Aquellos adornos tan queridos se perdieron. Pero también se perdió la confianza en aquella mujer.

La confianza es esa seguridad que tenemos de la rectitud y de las buenas intenciones de los demás. Lo sano es que en nuestras relaciones con los demás supongamos la buena fe de todos. Esa confianza sostiene nuestra esperanza de recibir de los demás un trato que corresponda al nuestro. Cuando tenemos la oportunidad de escoger a los amigos que forman nuestro círculo social, esa confianza se ejerce de un modo sano. Cuesta más trabajo mantenerla cuando los que nos rodean no han sido escogidos por nosotros y les damos tan sólo un trato circunstancial.

Si nos conocemos y nos queremos hay mayor confianza. Vivir rodeados de personas en las que no podemos confiar nos hace herméticos, reservados, temerosos, incapaces de entablar una relación más íntima. Por no tener confianza nos encerramos en nuestra casa y vivimos la vida de otros en las telenovelas porque no tenemos una vida propia.

Si vivimos buscando el mal, encontraremos el mal

precavidos, de tal modo que sufrimos un verdadero tormento suponiendo que la persona que está junto a nosotros tiene malas intenciones. Decía un patrón con muchos empleados, que él prefería que lo robaran a estar pensando mal de aquellos que colaboraban con él. Curiosamente aquellos El miedo a las malas intenciones de los demás nos lleva a ser obsesivamente empleados sin vigilancia sabían corresponder a la confianza de su jefe. También hay que decir que un exceso de confianza nos hace pecar de ingenuos y vale la pena recordar aquí que “en arca abierta, el justo peca” y que no es correcto poner tentaciones que puedan hacer caer al inocente.

Enseñar a confiar

La delincuencia creciente y omnipresente nos hace dar a los niños normas para comportarse ante desconocidos. Pero también tenemos que enseñarles a confiar sanamente en los demás. Y aquí como siempre, los enseñamos a confiar teniendo confianza en ellos. Confiamos en ellos cuando les creemos y les hacemos caso. Pero como están en formación, debemos comprender que cuando fallen, no por eso les retiraremos nuestra confianza. Ellos también deben confiar en sus padres y en las personas mayores, por eso procuremos no defraudarlos ni prometerles cosas que no cumpliremos, porque a nosotros fácilmente se nos olvidan, pero ellos las recordarán toda su vida. A veces llegan niños de otras parroquias a pedirme que les firme un librito de asistencias a Misa que les dan sus catequistas para que en ellos se haga realidad eso de ir a misa por obligación. Con ellos mando un mensaje a su catequista pidiéndole que confíe en la palabra del niño, que es digno de crédito y que no necesita llevar una firma para demostrar que sí cumplió. Si no confiamos en ellos, ¿qué les estamos enseñando?

Confianza en Dios

Una de las definiciones de la fe es: confiar en Dios. Ponemos nuestra confianza en la veracidad y en la bondad de Dios. Pero también aquí hay exageraciones, como cuando el diablo tentó a Jesús y le pidió que se arrojara del pináculo del templo y que los ángeles lo sostendrían para que no se hiciera daño. Jesús le recordó a Satanás que no hay que tentar a Dios. (Mt 4, 7) Tentar a Dios es exponernos imprudentemente a un mal o a un peligro confiando en que Dios nos salvará. Eso es abuso de confianza.

Un buen propósito:


Ser nosotros mismos personas dignas de confianza por la rectitud de nuestra vida y por el buen desempeño de nuestras obligaciones.

¡Vence el mal con el bien!



VIRTUDES Y VALORES

Virtudes:


Son disposiciones habituales y firmes para hacer el bien, que por medio de nuestra inteligencia y voluntad regulan nuestros actos, ordenan nuestras pasiones y guían nuestra conducta según nuestra razón y la fe. La persona virtuosa tiende hacia el bien, lo busca y lo elige a través de acciones concretas. Con la vivencia de las virtudes humanas y cristianas conquistamos una personalidad equilibrada y madura, cordial y llena de amor a Dios y a quienes viven a nuestro lado.



Valores:



Son los diversos bienes objetivos a los que el hombre aspira perfeccionándole como tal y que tienen su fundamento en Dios, pues el bien objetivo que nosotros no creamos, sino que reconocemos o descubrimos en la realidad, nos permite construir un mundo más cristiano, más justo, más solidario, más feliz, en todos los niveles: personal, familiar y social.

Hacia la Ciudad futura. La ilusión más grande

MEDITACION

¿Queremos transportarnos más allá de las nubes y subir alto, alto… hacia donde subió Jesucristo aquel día desde el Monte de los Olivos?... Nos basta leer este párrafo lleno de añoranza divina en esta segunda de Pablo a los de Corinto: “¡No desfallecemos! Aun cuando nuestro cuerpo se va desmoronando, el espíritu se va renovando de día en día.

La breve tribulación actual nos consigue sobre toda medida un pesado caudal de gloria eterna a los que no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las cosas que se ven son pasajeras, pero las que no se ven son eternas” (2Co 4,16-18) Esto es precioso y estimulante.

Exige fe en lo que no vemos. Exige esperanza en lo que no palpamos. Pero tenemos la certeza inconmovible de que eso, precisamente eso que se nos promete y que no vemos, vale más que todo el mundo. Porque todo lo de aquí pasa, corre, vuela sin dejar huella detrás de sí. Brilla todo un instante, como un cohete de fuegos artificiales, que nos encanta por unos instantes pero, tal como se ve, desaparece para siempre. Mientras que lo otro, lo que Dios nos promete, inmensamente más valioso que todo lo terreno, durará para siempre, no pasará jamás, porque será un bien eterno. Pero Pablo sigue discurriendo: “Porque sabemos que si esta tienda terrestre de nuestro cuerpo se desmorona, tenemos un edificio que es de Dios: una morada no hecha por mano de hombres, sino eterna, que está en los cielos” (2Co 5,1)

A una tienda de campaña ─¡eso es nuestro cuerpo!, que sirve sólo para una noche y al amanecer se enrolla─, sucede el entrar en posesión de una mansión espléndida, que no se desmoronará jamás, pues no habrá terremoto que la pueda destruir. Eso será el cuerpo glorificado. Ante realidad semejante, Pablo sigue soñando a lo divino, pero lleno de dulce nostalgia: “Y así suspiramos con el deseo ardiente de vernos ya en posesión de aquella habitación celestial. El que nos ha destinado a esto es Dios, el cual nos ha dado en arras el Espíritu” . Con semejante garantía ─¡nada menos que el Espíritu Santo, el cual mora dentro de no-sotros!─, la promesa es segura, no puede fallar, y hablamos ya como los moradores de esa casa que Dios nos ha construido en las alturas (2Co 5,2-5)

Sin fe en la vida eterna, sin esperanza de una gloria y felicidad sin fin, el paso del cris-tiano por la tierra y el seguimiento de Jesucristo no tienen sentido alguno. Pues podría pasarse la vida haciéndose las mismas preguntas, para las cuales no hallaría respuesta: ¿A qué viene el fatigarse? ¿A qué el sufrir con un Cristo clavado en una cruz? ¿A qué privarse de tanta diversión que gozan los demás?... Y se haría otra pregunta, seria e indescifrable: ¿A qué viene la redención de Jesucristo? La tragedia del Calvario, donde moría un hombre Dios, fue demasiado grande y sólo se explica si había de evitar una condenación horrorosa y merecer una felicidad inimaginable. Si ahora quisiéramos traer todas las veces que San Pablo nos habla de la vida, la gloria y la felicidad en la visión de Dios a lo largo de todas sus cartas, nos haríamos interminables. Son muchas, y ello indica que en su predicación y en la de los demás Apóstoles, la vida eterna ocupaba un lugar destacadísimo. No ocultaban, ni Pablo ni los otros Apóstoles, el aspecto negativo de la vida eterna, es decir, la condenación de los que se pierden por su culpa propia. Por ejemplo, lo que Pablo enseña con palabras muy graves: “Todos tendremos que presentarnos ante el tribunal de Jesucristo” y “cada cual tendrá que dar cuenta de sí mismo a Dios”, “el cual dará a cada uno el pago según sus obras”; “ya que ningún fornicario, o impuro o codicioso o idólatra tendrá parte en el reino de Dios”, “porque éstos sufrirán el castigo de una pena eterna, alejados de la presencia de Señor y de su gloria” (2Co 5,10; Ro 14,12; Ro 2,6; Ef 5,5; 2Ts 1,9)

Por serio que fuera todo eso, Pablo ─más que mirar la suerte desdichada de los que se alejan para siempre de Dios─, mira mucho más la gloria de los que son fieles a Jesucristo. El cristiano, como los patriarcas de la Biblia, “no tiene aquí ciudad permanente, sino que va en busca de la futura, preparada por Dios. Es la ciudad del Dios viviente, la Jerusalén celestial, inundada de millones y millones de ángeles, asamblea festiva de tantos que ya triunfaron y se salvaron” (Hbr 11,10-16; 12,22-13; 13,14)

Hay que mirar el plan grandioso de Dios al querer otorgar y dar su gloria a los elegidos. San Pablo lo expresa de manera preciosa. Los convoca en Cristo Jesús y dirige todas las cosas hasta conseguir su salvación. Los predestina a ser imágenes vivas de Jesús, su Hijo hecho Hombre. Los que quieran ser como Jesús, ¡vengan, que los llama Dios!... Los que han aceptado este llamamiento y han venido, se convierten en santos como Dios. Los que se han santificado de verdad, ¡ahora entran en la misma gloria de Dios!... Este es el proceso que Dios ha seguido en su elección. Y Dios, al ver a todos los redimi-dos por su Hijo Jesús, se dice gozoso: -¡Son hijos míos! Por lo tanto, herederos también de mi gloria, la que di a mi Hijo Jesús. ¿Y cuál es la gloria que Dios les da a los que han sido fieles y perseverado hasta el fin? Es imposible describirla, pues nos faltan términos de comparación. Jesús dijo: “¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8). Comentará Juan: “Cuando se manifieste lo que vamos a ser, entonces seremos como Dios, porque veremos a Dios tal como es Él” (1Jn 3,2) Y completará Pablo: “Ahora vemos en un espejo, en enigma o adivinanza. Entonces ve-remos cara a cara” (1Co 13,12)

Lo cual significa que “ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni en cabeza humana cupo jamás el imaginar lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1Co 2,9) Todo esto es, sencillamente, incomprensible. Porque siendo Dios infinito en su grandeza, ¡vaya eternidad que espera a los que se sal-ven! Avanzarán y avanzarán en la contemplación de Dios, sin cansarse nunca, porque siempre les resultará nueva aquella visión de una Hermosura inimaginable. San Pablo, después de tantas veces como habla de la felicidad futura, acaba como debía acabar: ¿Lo que aquí podemos trabajar y sufrir?... Todo ello “no se puede comparar con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”. “Por lo mismo, hermanos míos muy amados, a mantenerse firmes, inconmovibles, pro-gresando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo no es vano en el Señor” (Ro 8,18; 1Co 15,58) Resultaría muy pobre todo lo que nosotros quisiéramos añadir a palabras semejantes…

Evangelio y Reflexiones.

Curación de diez leprosos

Lucas 17, 11-19

En aquel tiempo, yendo Jesús de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea, y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia y, levantando la voz, dijeron: ¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros! Al verlos, les dijo: Id y presentaos a los sacerdotes. Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios. Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz; y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano. Tomó la palabra Jesús y dijo: ¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero? Y le dijo: Levántate y vete; tu fe te ha salvado.

Reflexión:

¡Cuánto se agradece cuando una persona se detiene en la carretera para ayudarnos cuando nuestro coche se ha averiado! “Jamás me había visto antes, sabía que muy probablemente no nos volveríamos a encontrar para que yo le agradeciera este favor... y sin embargo, tuvo el detalle de detenerse para hacerlo.” Parece obligado que ante este hecho, brote del corazón la gratitud. Pero suele suceder que las personas que saben agradecer las cosas grandes, son las que también lo hacen ante pequeños detalles, que podrían pasar inadvertidos. A quien le cede el paso en medio del tráfico, al que sabe sonreír en el trabajo los lunes por la mañana, a la persona que atiende en la farmacia o en el banco... Son felices porque les sobran motivos para decir esa palabra que para otros es extraña y humillante. Quien la pronuncia con sinceridad, al mismo tiempo llena de alegría a los demás, y crea “el círculo virtuoso” de la gratitud, en el que cada uno cumple su deber con mayor gusto y perfección. Y si estas personas agradecen a los hombres los pequeños favores y detalles, ¡cuánto más a Dios que es quien a través de canales tan variados nos hace llegar todo lo bueno que hay en nuestra vida! ¡Gracias! Es frecuente que nos olvidemos de dar gracias a Dios por los beneficios recibidos. Somos prontos para pedir y tardos para agradecer. A veces las cosas nos parecen tan naturales que no se nos ocurre ageradecerlas a Dios: Darle gracias por las maravillas de la naturaleza: del aire que es gratis para todo el mundo. Del agua: ese tesoro de la naturaleza. Dar gracias a Dios por las maravillas del cuerpo humano. De tener ojos: esas maravillosas máquinas fotográficas. De tener oídos: esa maravilla de la técnica. Supongamos que fuéramos ciegos o mudos. Dar gracias Dios por la familia en la que hemos nacido. Quizás tengamos problemas, pero si miramos para atrás veremos tragedias espantosas. Dar gracias Dios por nuestra Patria. Las hay mejores, pero también las hay mucho peores. Supongamos que hubiéramos nacido en Etiopía o en Somalia: donde tantos mueren de hambre. Pero sobre todo darle gracias por la fe. Es el mayor tesoro que podemos tener en la Tierra. Y la principal petición es en ella morir. Tener la suerte inmensa de una santa muerte.