jueves, 13 de noviembre de 2008

Eucaristia y Matrimonio


Eucaristía y matrimonio

Antes de dar la relación entre ambos sacramentos, repasemos un poco la maravilla del matrimonio. Es Dios mismo quien pone en esa mujer y en ese hombre el anhelo de la unión mutua, que en el matrimonio llegará a ser alianza, consorcio de toda la vida, ordenado por la misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de los hijos.

El matrimonio no es una institución puramente humana. Responde, sí, al orden natural querido por Dios. Pero es Dios mismo quien, al crear al hombre y la mujer, a su imagen y semejanza, les confiere la misión noble de procrear y continuar la especie humana.

El matrimonio, de origen divino por derecho natural, es elevado por Cristo al orden sobrenatural. Es decir, con el Sacramento del Matrimonio instituido por Cristo, los cónyuges reciben gracias especiales para cumplir sus deberes de esposos y padres de familia. Por tanto, el Sacramento del Matrimonio o, como se dice, el “casarse por Iglesia” hace que esa comunidad de vida y de amor sea una comunidad donde la gracia divina es compartida.

Por su misma institución y naturaleza, se desprende que el matrimonio tiene dos propiedades esenciales: la unidad e indisolubilidad. Unidad, es decir, es uno con una. Indisolubilidad, es decir, no puede ser disuelto por ninguno. El pacto matrimonial es irrevocable: “Hasta que la muerte los separe”. No olvidemos que los ministros del Sacramento son los mismos contrayentes.

El sacerdote sólo recibe y bendice el consentimiento. ¿Qué relación tiene el Sacramento de la eucaristía con el del Matrimonio? La eucaristía es sacrificio, comunión, presencia. Es el sacrificio del cuerpo entregado, de la sangre derramada. Todo Él se da: Cuerpo, Alma, Sangre y Divinidad. Es la comunión, el cuerpo que hay que comer y la sangre que hay que beber.

Y comiendo y bebiendo esta comida celestial, tendremos vida eterna. Es la presencia que se queda en los Sagrarios para ser consuelo y aliento. El matrimonio también es sacrificio, comunión y presencia. Es el sacrificio en que ambos se dan completamente, en cuerpo, sangre, alma y afectos. Y si no hay sacrificio y donación completa, no hay matrimonio sino egoísmo.

El matrimonio es comunión, ambos forman una común unión, son una sola cosa, igual que cuando comulgamos. Jesús forma conmigo una común unión tan fuerte y tan íntima, que nadie puede romperla. El matrimonio, al igual que la eucaristía, también es presencia continua del amor de Dios con su pueblo. El amor es esencialmente darnos a los demás.

Lejos de ser una inclinación, el amor es una decisión consciente de nuestra voluntad de acercarnos a los demás. Para ser capaces de amar de verdad es necesario desprenderse cada uno de muchas cosas, sobre todo de nosotros mismos, para darnos sin esperar que nos agradezcan, para amar hasta el final.

Este despojarse de uno mismo es la fuente del equilibrio, el secreto de la felicidad.

EL REINO DE DIOS ENTRE NOSOTROS

Lucas 17, 20-25

En aquel tiempo, a unos fariseos que le preguntaban cuándo llegaría el Reino de Dios, Jesús les respondió: El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "Vedlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre vosotros. Dijo a sus discípulos: Días vendrán en que desearéis ver uno solo de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. Y os dirán: "Vedlo aquí, vedlo allá." No vayáis, ni corráis detrás. Porque, como relámpago fulgurante que brilla de un extremo a otro del cielo, así será el Hijo del hombre en su Día. Pero, antes, le es preciso padecer mucho y ser reprobado por esta generación.

Reflexión

El Reino de Dios ya está entre nosotros, aunque no completamente. Está entre nosotros porque Jesús ya ha venido a la tierra y nos ha dejado su presencia. Pero todavía falta algo. Es necesario que el Reino llegue al corazón de cada hombre. Sólo entonces podremos decir que ya ha llegado en toda su plenitud.

Jesús advierte que no se trata de un reino de ejércitos, de emperadores, de palacios, etc. sino que es algo mucho más sutil, menos notorio. Es un gobierno sobre los corazones, cuya ley es la caridad y Cristo es el soberano.

Dejar que Jesús reine en mi alma significa abrirle las puertas para que Él haga lo que quiera conmigo. Y El sólo entra y se queda a vivir si encuentra un alma limpia, es decir, sin pecado. Un alma en pecado es un lugar inhabitable para Dios. Por eso decimos que hay que vivir en continua lucha con nuestro peor enemigo, que es el pecado, porque sólo él nos aleja de Dios, la meta de nuestra vida.

¡Cómo sería el mundo si todos los hombres viviesen en gracia, en amistad con Dios! ¡Qué diferentes serían las cosas si todos los países adoptaran el mandamiento de la caridad universal como ley suprema!

Entonces, sí que podríamos decir que el Reino de los cielos ha llegado a la tierra. Empecemos por nuestro corazón y por nuestra casa.